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Domingo 4 de enero, 2015
Hace una colinita de décadas, a mi regreso de un viaje como éste que hacemos ahora, imprimía las fotos que traía en decenas de carretes y las colocaba en un álbum, segura de recordar siempre dónde y cuándo habían sido tomadas. En este recién estrenado 2015 me adapto a la digitalización de mi vida. Las 16 Gigas del chip de mi cámara se insertan cada noche en el lateral de mi Mac-Air, importo las mejores tomas del día y creo un slide show con título y fecha, que guardo en mi cloud for “safe keeping”.
Pero mi palabra me sigue siendo mucho más fiel que mis ojos. Estas crónicas son el contra punto en español de las que Alma Flor escribe en inglés y sirven para que en la llanura de las lunas que le quedan a la trayectoria de nuestros días, comparta con nuestra pequeña familia de hermanos, amigos, sobrinos, nietos, hijos y sobrinos-nietos esta aventura. Pero además, para compartirla con nuestra memoria.
Salimos de San Francisco antes de que acabase la última semana del año y aterrizamos en Sydney justo antes de los fuegos artificiales que dan la bienvenida al nuevo año, en la primera ciudad del mundo que se atreve a semejante campanada. La verdad es que habíamos oído muchas veces lo del puente, las luces, el jolgorio, pero hasta que no se tienen los carteles de advertencia frente a los ojos, uno no imagina la algarabía que se avecina. No sé, es como estar bajo una falla/hoguera el día de la cremá, o cantándole a San Fermín con un periódico en la mano el 7 de Julio en la calle del encierro. Igualito de divertido. Así que lo vi desde el balcón (nuestro hotel daba al puerto de Darling donde comienzan los fuegos), e incluso saqué unas fotos estupendas que acompañaran la crónica por separado.
Sorprendentemente el jet-lag hacia acá fue muy humano. Es una de las cosas a las que más tememos en los viajes. Pero el uno de enero nos despertó limpias de polvo y paja en los ojos y con un motor fuera borda en el corazón, así que nos lanzamos a “la conquista del Oeste” (éste es aún más oeste que el nuestro en California). ¡Ah!, ¡Oh!, Wow! Así iba la conversación entre Harris Street y George Street. Los edificios, la gente, el calorcísimo, hasta desembocar en el Jardín Botánico. Allí, frente a un océano Pacífico que llamamos nuestro en la orilla de allá, contemplamos el ordenado desmantelamiento de la noche anterior. Ni una sola botella fuera de sitio. Ni basuras desbordadas. Simplemente cuadrillas de obreros con uniforme que abrían otra vez paso al público a los parques y paseos reservados la noche anterior para las fiestas. ¡Ah!, ¡Oh!, Wow! Así es este país, eh? ¡Ah!, ¡Oh!, Wow!: YES!
Nunca seriamos contratadas por editoriales que publican guías para turistas porque lo que vemos y queremos compartir son la mayor de las veces, museos, parques, y mercados de comida natural. Y ¿a quién le interesan estos asuntos? Valga decir sin embargo que los BUS-TURISTIC de los que hay por España, Europa y USA por todas partes son también aquí un buen remedio para hacer que la palabra de las guías tomen forma. Siempre subimos al piso de arriba (así se achicharren nuestros sesos o congelen las orejas) y desde allí ponemos el puzle en su sitio. Los ríos, los puentes, los barrios, los gentíos, la belleza arquitectónica…. Reconociendo siempre, claro está que hay una parte oscura de las ciudades a las que no llevan los double deckers rojos cah uala cocina para la generacion.
Pero ¿porqué ahora Australia? Pues realmente porque nos intriga qué ha hecho la historia en su parte más joven. Hemos visitado en Grecia, Turquía, Roma, Egipto, España, México, París o Londres la parte de atrás de los libros de cultura y civilización. Los ¡Ah!, ¡Oh!, Wow! Allí eran de una admiración tanto hacia el ser humano que llevaba a cabo la monumental obra de ciudades y arte, urbanismo y filosofía “al desnudo”, como sus consecuencias. Pero aquí podían jugar con la imaginación. Diseñar un orden nuevo. Y ese es el que estamos explorando.
Es arriesgado sacar conclusiones de nada con solo unos días de paseo por calles y gentes, conversaciones entrecortadas y panfletos turísticos pero hay cosas que saltan a la vista, como la falta de grafitti. Como el tráfico por la izquierda y la palabra “royal” para referirse a cualquier edificio importante, cualquier fecha señalada (ya que siempre tendrá la apostilla de “fue inaugurada por la reina Isabel II de Inglaterra”). ¡Hay que ver, qué bien saben los ingleses mantener el imperio! Hay cosas sí que saltan a la vista.
La alegría de los blancos.
La tristeza de los aborígenes (los poquísimos que no fueron masacrados)
El esfuerzo por la reconciliación (el pedir perdón del Primer ministro casi dos siglos más tarde).
La inmensa riqueza artística de sus museos.
El alto costo de la vida.
El gigantesco tráfico de sus puertos.
La oleada de inmigrantes y el rechazo de los “nativos”.
El efecto palpable del cambio climático.
Pero tendremos tiempo de compartir cuando sepamos un poco más. Hoy nos encantó comprobar que Melbourne nos gustará tanto como nos encantó Canberra, aunque por razones diferentes.
Sonrisas australianas.